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LUZ SOBRE LOS TANTRAS

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Mensaje  swarupashivam Vie Nov 21, 2008 8:35 pm

TANTRÂLOKA
LUZ SOBRE LOS TANTRAS
LA TRADICIÓN SHIVAITA TÁNTRICA
De cualquier manera que se considere el tantrismo, como una readaptación ortodoxa (y última) del Veda a los tiempos oscurecidos (kali-yuga) o como una revelación divina enteramente nueva y autosuficiente que vuelve incluso al Veda caduco e inútil, una cosa es cierta: la doctrina de la identidad suprema entre el Si individual y el Si universal, que se encuentra en el centro de la enseñanza upanishadica, se encuentra en los Agallas y los Tantras mantenida y preservada.
El universo entero surge de una sacudida original (en realidad fuera del tiempo), de un choque, de una vibración, esta vibración eterna. El es el Corazón del Shiva supremo (Paramashiva), también llamado Bhairava (el Terrible), tattva o mahâsattavâ (Realidad Ultima), svarûpa (esencia), shûnyata (vacuidad), âtman (Si-mismo): Consciencia absoluta (chiti, chaitanya, samvid) cuya característica esencial es la libertad (svâtantrya). Porque esta Consciencia es soberanamente libre, puede negarse a si misma, esconderse ante ella misma, oscurecer su esencia luminosa con la ayuda de su mâya-shakti (energía de ilusión), dividirse entre sujeto y objeto, "yo" (aham) y "esto" (idam), aparecer bajo la forma de un mundo múltiple y cambiante, en el cual ella jugará a perderse (siendo el juego la expresión misma de la libertad) y del cual aspirara mas tarde a liberarse, ella a la que nada podría encadenar.
En su realidad última sin embargo, Paramashiva es inmutable, al igual que el Parabrahman de los Upanishads. El es Luz indiferenciada, indivisa, inalterable, a la vez consciencia-luz (prakâsha), resplandeciente por su propio resplandor, y consciencia-energía (vimarsha) o energía (shakti) que toma libremente consciencia de ella misma en una vibración primera, un acto puro y vibrante (spanda), idéntico al aliento de vida (prâna). Pero lo que más importa aquí es comprender que estas dos consciencias, simbolizadas en el tantrismo por una pareja divina (yâmala), no hacen más que una (no hay traza de dualismo, de panteísmo, de creacionismo o de evolucionismo en esta doctrina). Shiva-Shakti constituyen la realidad indisoluble de Paramashiva o Corazón universal.
Sabemos que en las tradiciones gnósticas de la India (sâmkya, vedânta, jñâna-yoga), así como en la concepción cristiana anterior al renacimiento, el corazón (hrid o hridaya) no está asociado al sentimiento sino al conocimiento; para nada es la sede de las sensaciones, emociones o pasiones sino la sede del intelecto, en el sentido guenoniano del término, de esa pura intuición intelectiva (buddhi o mati) que ve directamente las cosas en su luz verdadera sin pasar por la intermediación del mental (manas). Es más, ya en los más antiguos upanishads, el corazón es considerado como el centro del «alma viviente» individual (jivâtman), idéntico en su esencia al Principio supremo del universo (Paramâtman o Brahman). Nuestra individualidad humana es a la vez somática y síquica o en términos hindúes, grosera y sutil. Es de todo este compuesto –y no solamente del cuerpo material– del que el corazón (la caverna o el santuario) es el centro.
Para encontrar este Corazón Universal –lo cual es una manera de hablar ya que en verdad no hay nada que adquirir, nosotros somos ya ese corazón–, se habla, según las escuelas, de reconocimiento (pratyabhijñâ) o de impulso (udyama) dos maneras bastante cercanas de subrayar el carácter puramente intuitivo, inmediato y dinámico de esta búsqueda. Según la primera concepción, basta para recobrar su verdadera naturaleza, con reconocerla en el corazón a través de una toma de conciencia fulgurante que no deja ningún lugar a la alternativa y a la duda, iluminación no progresiva, no programada, posible en cada instante en la percepción de un objeto cualquiera (uno «está ahí» o «no está ahí», no se puede estar a medias). Según la segunda formulación, lo que permite la identificación con lo Absoluto, es un impulso, una adhesión súbita e incondicional de la consciencia al fenómeno, tal como aparece en el instante, en el momento, sin sobreimposición. Aquí, este acto puro que es un asombro (chamatkara), no puede nunca producirse en el mental, que no utiliza más que lo conocido, sino únicamente en el corazón, único lugar apto a captar la vibración inicial de la energía.
Pero, para que esta verdad pueda tocarnos, hay que dejar a un lado las abstracciones y comprometerse con la Vía, que en su forma más superior –y solo en ese momento pues no hay «cómodos atajos para occidentales desenraizados» en el camino hacia lo supremo– llega a ser una no-vía, anupaya (Anupaya capítulo III).
Es necesario zambullirse en la ebullición de la vida, hecha de obstáculos y de sorpresas. El tantrismo, recordémoslo, tiene poca estima hacia la especulación pura y la renuncia ascética; la renuncia se hace por sublimación hacia las esencias y por comprensión, la especulación pura tan solo es el empujón hacia las alturas vivenciadas. La vía tántrica «hace fuego con cualquier madera», como escribe Abhinavagupta : «En el momento de penetrar en la Realidad suprema, se considera como un medio todo lo que se encuentra a mano, sea lícito o ilícito; porque, según el Trika, uno no debe entonces someterse a ninguna restricción» (Tantrâloka IV, 273-275)
Un choque vibratorio puede producirse en un ser de sensibilidad afinada y dotado igualmente de vîrya, a causa de cualquier impresión sensorial: sonido, grito, canto, imagen, color, forma bella, tacto, sabor, olor, y también un recuerdo, o una evocación voluptuosa. Todo placer sensual reenvía a la energía divina de felicidad (ânandashakti) o al menos apunta hacia ella (o es un reflejo de ella si se quiere ver las cosas en sentido inverso) ya que todo deseo profundamente es deseo de la plenitud del Ser. El gozo, sea estético o amoroso, es por naturaleza unificante, anula o suspende la dualidad entre sujeto y objeto. Pero mientras que le profano no vive generalmente estos momentos más que con avidez o como compensación a un malestar –un alivio breve en un mundo sin brillo–, el yogui se establece ahí con una especie de frescura lúcida hasta encontrar en esa situación el sabor (rasa) de su verdadera naturaleza. Asiste en sí mismo al despliegue y a la reabsorción de la energía, por decirlo de otra manera transforma la energía en consciencia. Asimila tan bien el movimiento pasional y emocional que se vuelve dueño de ese movimiento y por lo tanto se libera de él.
Tal es el significado profundo de los ritos secretos de la Mano Izquierda (sobre los que se dicen tantas sandeces), y el hecho de que hayan sido desviados y deformados –incluso en la India, y ya antes de nuestra época– no cambia ese significado profundo. Estos medios prohibidos por la ortodoxia brahamanica –el alcohol, el consumo de carne o la unión sexual con una mensajera (dûtî)– no podrían liberar más que al que ya está liberado del egoísmo, de la avidez, del apego. Par los demás no serán más que tinieblas sobre las tinieblas, veneno sobre el veneno.
Todas las emociones fortuitas de la vida (alegría, sorpresa, miedo, locura, decepción, vejación, frustración, curiosidad, cólera, hambre, sed, vértigo e incluso un bostezo o un estornudo...) pueden ser positivamente explotadas y reorientadas, al menos cuando llegan a un cierto nivel de paroxismo, a una cierta intensidad vibratoria y sobre todo cuando son peladas o despojadas de toda sobreimposición moral (justificación, condenación, bien, mal), no nombradas, no conceptualizadas, vividas como puras energías divinas ( o a veces demoníacas si se las rechaza o si no se las puede integrar). En el instante preciso de su surgimiento, toda emoción o pasión, toda tendencia síquica es pura, única, indiferenciada; está totalmente penetrada por la consciencia, la dualidad no existe en ese momento. El error y el peligro nacen cuando el «yo», al principio uno con la experiencia, se separa de ella (lo cual ocurre muy rápido), se piensa y se coloca como sujeto, agente, experimentador: yo estoy enfadado, yo estoy triste, yo estoy alegre... Cuanto más fuerte es el movimiento emocional, más lento es el ego en reconstituirse, queda desbordado y privado de sus referencias. Este instante de desarraigo puede volverse una oportunidad espiritual. El silencio, el vacío, la desposesión, reemplazan al tumulto y, no teniendo nada a lo que agarrarse, el ser puede encontrase cara a cara con su verdadera naturaleza. Es ahí, más que nuca, que él debe sumergirse en la vacuidad de su corazón y realizar ese vacío no como una nada, no como un refugio consolador o provisional, sino como su esencia original e intemporal.
La mayor parte de los medios de despertar que acabamos de recorrer son, de alguna manera, presentados por la vida y no pueden ser provocados, solo podemos acogerlos y transformarlos cuando surgen. Si tanto gustan a los shivaitas es precisamente a causa de su carácter no fabricado, no mental, no previsible. Por el contrario hay aquí también otros procedimientos que revelan una metodología, un yoga: yoga diferente del râya-yoga de Patánjali sin duda, el cual reposa en un cierto fondo dualista y en la idea de unión (ajena al monismo puro en el que no hay nada que unir); diferente también al hatha-yoga que es a la vez voluntarista, gradualista y «violento», tres calificativos que de ninguna manera podríamos aplicar al Trika en el que los valores de gracia y de abandono están muy desarrollados; yoga que no cree en el valor de los "ejercicios", de las disciplinas, de los refrenamientos, sino que sigue su propio camino, libre y que no se deja atar, para alcanzar el Despertar. El conocimiento profundo de los chakra y de los nâdi, dicho de otra manera del cuerpo energético, forma parte de esta tradición, incluso si la descripción que da de estos elementos difiere a veces de las escuelas más conocidas en Occidente. Así el término chakra (se distinguen aquí esencialmente cinco) guarda todo su sentido pleno de ruedas girantes y vibrantes; los nâdi –en esa misma perspectiva dinámica– no son conductos estáticos e idénticos para cada uno por los que circularían los alientos, sino «corrientes», o flujos que uno debe aprender a captar, a vivificar, a dilatar o a calmar, sobre todo a partir del corazón.

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